Reflexiones desde las experiencias de consulta previa
Tales resultados estadísticos se reproducen desde hace muchos años en el Perú, y
los Gobiernos subsiguientes se esfuerzan para elaborar estrategias que permitan
cerrar la brecha educativa. Mientras un enfoque castellanizador generalizado
prevalecía en las políticas educativas desde la declaración de la Independencia, a
partir de la década de 1960 los Gobiernos empezaron a apostar por programas
de educación bilingüe específicos para poblaciones originarias. Desde finales de
la década de 1990 se empezó a incluir un enfoque intercultural en la concepción
de estos programas (Trapnell y Zavala 2013). Actualmente, crece la conciencia
sociopolítica acerca de la existencia de un problema estructural en la concepción
del sistema y de las políticas educativas (por ejemplo, Defensoría del Pueblo
2011).
El «lenguaje educativo» (Tröhler 2009) dominante en el Perú es el modelo
republicano occidental (Ames 2002: 17). En esta tradición, se usa la educación
para homogeneizar a la sociedad, suponiendo que su cohesión política, bienestar
y progreso dependen de la unidad cultural e ideológica de sus miembros. Al niño,
supuestamente egoísta e inmaduro, potencialmente dañino para la sociedad
(Durkheim 1999), se busca transformarlo en ciudadano; es decir, en miembro
legítimo y representativo de la comunidad política y social (Crubellier 1993).
Se usa una educación masificada, definida por las instituciones y difundida de
manera centralista.
Este enfoque engendra una relación jerárquica y de dependencia entre la
institución y el individuo, porque considera al Estado como la única entidad capaz
de evaluar y garantizar el bienestar de la sociedad. Fundamenta una actitud
heterónoma en el individuo, estimando las orientaciones culturales particulares
de familias, grupos o individuos como potencialmente dañinas para la unidad de
la nación y como obstáculos para el progreso de la sociedad. Educa para una
igualdad ciudadana supuestamente neutral, poniendo énfasis en los principios
supuestamente universales de la racionalidad y de la objetividad. Impone una
recontextualización de las experiencias locales diversas e inmediatas en este
nuevo marco interpretativo-discursivo definido desde arriba (De Certeau y otros
1975: 153), crea e inculca símbolos de la unidad nacional: «La enseñanza de la
historia y geografía nacionales y el énfasis en los componente patriótico-rituales
como los desfiles y la difusión de los símbolos patrios y los héroes nacionales son
una muestra clara de esta intención formativa en una identidad nacional» (Ames
2002: 17).
Este modelo educativo republicano occidental choca en varios sentidos con la
realidad sociocultural, política, económica y geográfica sumamente compleja del
contexto peruano. Primero, demanda un aparato estatal enorme para asegurar
una presencia institucional fuerte en todo el país, lo que aparentemente excede las
posibilidades económicas del Estado: en el ámbito educativo, por ejemplo, por los
recursos restringidos puestos a disposición por el Gobierno por estudiante y por
año, el Perú figura en el rango 47 de 49 países que participaron en el estudio PISA
(Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos 2012).
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