La IMPLEMENTACIÓN del DERECHO a la CONSULTA PREVIA en PERÚ insularidad social, resultan anacrónicos y hasta reaccionarios, en el sentido que Riva-Agüero le daba al término, es decir, de «retrotraer el ánimo hacia mejores épocas, para hallar ideales sanos y nobles»2 (Peña Cabrera 2006). A propósito de esto, creo que en las reflexiones sobre este tema hay que cuidarse de dos cosas: de las utopías arcaicas, que postulan pasados idílicos incompatibles con los tiempos actuales.3 Y también de la palabra refundación, que recorre muchos de los textos relativos al tema de la multiculturalidad. Esas pretensiones de refundación4 de la república, de la sociedad, de la humanidad, en lo único que han acabado es en el horror. Los últimos que lo intentaron en el Perú, en las décadas de 1980 y 1990, produjeron 70 000 muertos. De modo que es una ficción creer que existen monoculturas, que las realidades son estáticas y que la voluntad general de los miembros de las culturas es el aislamiento. En el Perú hay procesos muy vigorosos de aproximación asociados a la tecnología de la información, la inversión descentralizada, la expansión del mercado, nuevas formas de asociatividad, las migraciones, la revalorización de lo andino y lo amazónico, etcétera. 74 Pero, a la vez, coexistimos con el anverso de esto: el abandono de las comunidades, la negación o retaceo de sus derechos, el menosprecio por lo indígena, la actitud racista de los funcionarios públicos, la ignorancia de los procesos políticos locales y regionales, o la abstención del Estado frente a obligaciones que no son del mercado. Allí radica la complejidad, en esta tensión constante entre el reconocimiento y la indiferencia, cuando no la agresión. Pero el Estado no es el dueño de la cultura; la cultura está marcada por una historia inicial, pero también es una opción, uno más de los ejercicios de la libertad con los que nos hacemos a nosotros mismos con los materiales de nuestro tiempo. Así como existe el derecho de pertenecer a una cultura, existe también el derecho de cambiar de cultura, de combinar culturas, de abrir lo propio a lo ajeno, de construirse una identidad endeudada con su historia, pero que también expresa su tiempo de vida. Y nadie puede ser estigmatizado por eso. Creo que las lógicas excluyentes, los sentidos unívocos, la idea lineal de las cosas, no sirven para entender procesos complejos. Es tiempo de moverse en 2 La frase aparece en una carta que Riva-Agüero le envía a Luis Alberto Sánchez en 1929. Citado en Peña Cabrera (2006: 22). 3 Sobre este punto, debo decir, a propósito de La utopía arcaica, de Mario Vargas Llosa, que José María Arguedas jamás persiguió una utopía arcaica, ni en sus ficciones narrativas ni en sus investigaciones antropológicas. Primero, porque las ficciones no pueden ser utopías; estas tienen hambre de realidad y por eso se concretan en un plan de acción generalmente trágico. Y segundo, porque Arguedas, en sus recorridos por la sierra del Perú, lo que buscó desesperadamente fue registrar en la memoria un mundo andino que sentía que se le escapaba de las manos, que cambiaba. No fue ajeno a la modernidad ni construyó una utopía política hecha de pasado andino. 4 Hay conceptos que pueden sonar muy consecuentes con el ideal de cambios profundos, pero que encierran un programa radical propio de las utopías. En la historia, coexisten la tradición y la ruptura. Sobre el peligro de las utopías y los radicalismos, se puede leer mi artículo La tentación de la utopía en Allpanchis 67, 2006, 173-187.

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